La cuarta etapa del periplo de France 24 nos lleva al corazón del mortal desierto de Sonora. En estas tierras inhóspitas que se extienden a la frontera entre Arizona, California y México, varias asociaciones instalan sus puntos de agua para ayudar a los migrantes que intentan atravesar.
Una cruz roja casi sobrepasa las hierbas salvajes. Solo un ojo aguerrido puede entrever el altar que se eleva muy cerca del borde de la carretera. Algunas piedras a modo de base, un galón de agua pintado de negro como una ofrenda y un monedero de tela. Steven Saltonsall siempre se para ahí cuando toma la larga ruta de asfalto que atraviesa el desierto de Sonora, hacia el sur, en dirección a México.
Cada viernes, en la madrugada, Steven Saltonsall se sienta atrás del volante de la pick-up de Humane Borders, la asociación de ayuda a los migrantes que pone galones de agua a disposición de los indocumentados. Invariablemente, entre dos puntos de abastecimiento, el voluntario toma un tiempo frente a este crucifijo plantado en la tierra del desierto. “Es triste pensar que alguien murió aquí, a algunos metros de la carretera, sin nadie para ayudarle”, dice en medio de suspiros.
Cada año, en el desierto de Sonora, que se extiende del oeste de Texas al este de California, en una superficie ligeramente superior a la de Italia, cerca de 200 migrantes mueren, según datos recopilados por diferentes asociaciones humanitarias. Entre 1999 y 2018, más de 2.000 muertes fueron documentadas. “Y, sin embargo, se piensa que los cuerpos encontrados solo corresponden a 5 o 10% de los desaparecidos”, explica Phillip Hunger, un jubilado de 72 años, voluntario desde hace un año. “En esta región, un cuerpo puede desaparecer en apenas algunos días. Sucede muy rápido”.
La misión de Humane Borders es sencilla: “Ponemos abastecimiento de agua en el desierto para evitar que los migrantes mueran”, indica Joel Smith, director de operaciones de la asociación. La rutina de los voluntarios es la siguiente: abrir el candado que sella el barril azul, aumentar el nivel del agua, verificar a simple vista que no existen trazas de contaminación, examinar la calidad del agua con la ayuda de un instrumento facilitado por la municipalidad de Tucson y finalmente probar el agua.
Humane Borders nació en el 2000, en respuesta a la política migratoria de la Administración Clinton. En 1994, año de la firma del TLCAN, el gobierno Clinton lanzó una serie de operaciones enfocadas en la seguridad de la frontera con México: “Gatekeeper” en California, “Hold-the-Line” en Texas y “Safeguard” en Arizona. Como consecuencia, los migrantes que soñaban con cruzar a Estados Unidos decidieron tentar a su suerte en las partes más aisladas de la frontera con todos los riesgos que la aventura implica.
“Bill Clinton pensaba que cerrando las ciudades pararía la inmigración. Estimaba que había que estar loco para intentar atravesar el desierto”, se enoja Joel Smith. “La política migratoria fue un enorme fracaso desde ese entonces. Tuvimos más muros, más muertes, pero esto no detiene en absolutamente nada el fenómeno. Nadie intenta cambiar de perspectiva”, lamenta.
Salvar vidas significa estar en el filo de la navaja: “Operamos en una zona gris. Podemos darles comida y agua. Esto es asistencia humanitaria”, explica el director de operaciones. En cambio, si los subimos a nuestro coche y los llevamos del otro lado, nos meteríamos en problemas”. La elección de Donald Trump complicó obviamente su tarea, pero también la volvió indispensable.
Y si los voluntarios encuentran obstáculos, los migrantes también. Estos pueden encontrarse cara a cara con milicias de civiles como la Arizona Border Recon cuya misión es la de impedir a los clandestinos la entrada a Estados Unidos. “Una vez violaron a una mujer, le confiscaron su ropa y la soltaron desnuda en el desierto. Pueden disparar a los migrantes, violarlos o herirlos sin que nadie diga nada. Las autoridades no se preocupan de esto. Están ahí con sus trajes, sus escopetas y pistolas automáticas. Están en la línea roja de la legalidad y prueban la reacción de las autoridades”, dice Steven Saltonsall desesperado, quien varias veces se topó con las milicias en su camino. Los barriles azules de agua son dañados y vandalizados con regularidad. A veces perforados por impactos de bala, a veces vaciados. “Una vez encontré un coyote muerto en un barril. Algunas personas intentan intimidarnos, pero seguimos porque el mundo necesita más empatía”, insiste después de haber declamado poemas de John Donne, William Blake o William Carlos Williams.
“Cada detención es un rescate”
A veces, los turnos de vigilancia, implementados por la policía fronteriza, rompen la monotonía de este paisaje desértico. El sector de Tucson es crucial para los hombres con uniforme verde: en 2017, 30% de los arrestos de la agencia federales se hicieron ahí.
Pero para Jake Stukenberg, el portavoz de la policía fronteriza, el lado represivo no constituye lo esencial de su misión: “Entré a la policía para ayudar a la gente”, nos explica en un inmenso cuartel de la agencia en Tucson. “Cada detención es un rescate”, dice.
“Trabajamos de manera estrecha con las ONG aquí. Tenemos el mismo interés: no queremos ver muertos. El Gobierno ayuda a mucha gente con todos los medios posibles: helicópteros, camiones, vehículos… Gente valiente se pone en peligro para realizar extracciones en medio del desierto”, defiende el oficial, orgulloso.
“Estoy segura de que les dijeron que “cada detención es un rescate”, es su línea de comunicación oficial”, se burla Justine Schnitzler, la portavoz de la asociación No More Deaths. “Para mí, si eres parte de la policía, no puedes hacer acciones humanitarias. Cuando la policía rescata, forzosamente deporta.”
Más radical que Humane Borders, No More Deaths califica la policía fronteriza de “organización enemiga”. En enero 2018, un voluntario con varios años de experiencia, Scott Warren, fue arrestado por haber socorrido a migrantes.
“Mis impuestos no sirven para esto”
Algunas horas antes de la detención de Scott Warren y de sus ocho compañeros, la ONG había publicado un reporte y un video donde se ven agentes destrozando abastecimientos de agua dejados para los migrantes.
“Los abogados de Scott intentan ver si logran establecer un lazo entre los dos eventos”, explica Justine Schnitzler, que espera que el juicio del activista, a principios de enero, fije un precedente judicial del cual podrá beneficiar la ayuda humanitaria.
Humane Borders apoya sin reservas el combate de No More Deaths, de hecho, intercambian seguido sobre el tema de los pasillos migratorios. Los videos de destrucción de puntos de abastecimiento por la policía fronteriza escandalizaron a Joel Smith: “Mis impuestos no sirven para esto”, se enfada entregándonos una calcomanía que dice “Scott Warren es inocente”.
Acerca del juicio, el portavoz de la policía elude el problema. “No conozco este expediente”, suelta Jacob Stukenberg. “Pero nuestro jefe ha sido muy claro: no podemos destruir nada en el desierto”.
A diferencia de No More Deaths, Humane Borders mantiene relaciones menos conflictivas con la policía fronteriza. En uno de los checkpoints, uno de los agentes parece reconocer a Phillip Hunger, otro voluntario regular de la asociación: “No tendrán migrantes en la cajuela, ¿verdad?”, dice antes de dejarnos ir sin ni siquiera verificar.
Steven Saltonsall nos explica que existe un acuerdo oral entre el jefe de estación y la ONG: “Los agentes no tienen derecho a estacionarse cerca de nuestros puntos de abastecimiento para esperar ahí a los migrantes y arrestarlos”, precisa el veterano. “Pero ya me crucé con ellos. Les explico que tenemos este acuerdo, que tenemos un permiso federal para alimentar los abastecimientos. Siempre dieron la media vuelta diciendo que no estaban al tanto”.
Algunos migrantes desconfían de las banderas azules que señalan la presencia de un punto de agua. Para ellos, esto puede significar la presencia de policía fronteriza o de milicias. Es por esta razón que los miembros de Humane Borders pegan en cada barril una imagen de la Virgen de Guadalupe. “Es una manera universal de hacer entender que nuestros barriles no son trampas. El mundo necesita de más compasión y empatía”, clarifica Steven sonriendo.
El padre Sean Carroll no dirá lo contrario. Director ejecutivo de la Kino-Border Initiative, gestiona un albergue para migrantes situado en las puertas de Estados Unidos, en Nogales. En el gran comedor, una centena de migrantes comen en mesas de picnic. Algunos hicieron un viaje muy largo desde Centroamérica para probar suerte del otro lado, otros acaban de ser expulsados. La red de caridad cristiana les permite a todos descansar, tener una comida, cambiarse de ropa, ducharse y pasar una noche bajo un techo.
“La mayoría no saben lo que les espera allá en el desierto si intentan pasar de manera ilegal. No tienen conciencia del peligro. Intentamos avisarles, pero no podemos impedir las migraciones”, explica el hombre de iglesia.
Una vez la cena termina, algunos migrantes se acercan para compartir su historia. Uno de ellos, que prefiere guardar el anonimato, vivió seis años en Estados Unidos. Mientras estaba en su bicicleta, de noche, sin luces, lo arrestaron y lo expulsaron. Hace seis años pasó 13 días en el desierto. “El desierto me da miedo, pero voy a volver a intentarlo. Lo logré una vez, puedo hacerlo una segunda”, afirma el hombre, determinado.
“En el desierto, el agua se convierte en otra cosa”
El tour de Humane Borders se termina en la frontera. Cerca de diez kilómetros al sur del último barril, el muro fronterizo parte el desierto en dos. Ahí, al final de la ruta, un pequeño checkpoint separa a Estados Unidos del pueblo de Sasabe. Cuando les queda agua, los voluntarios vienen a abastecer del lado mexicano la cisterna del Grupo Beta, organismo oficial que aconseja y ayuda a los migrantes antes de que intenten la terrible travesía. “Somos la primera fuente de agua de Sasabe”, explica Steven Saltonsall. “En este pueblo hay algo que de verdad se parece al tercer mundo”.
Llenando lentamente la cisterna gris, un miembro del Grupo Beta, el brazo humanitario del Instituto Nacional de Migración en México, explica la importancia vital del valioso líquido: “Aquí es sencillamente agua. En el desierto se vuelve otra cosa. Ahí el dinero solo es papel o metal. El agua es la que importa”. Una vez la cisterna es abastecida, los miembros de Humane Borders vuelven al norte después de haber superado los controles de rutina en la aduana.
Durante las siete horas que dura el abastecimiento, Phil y Steven no paran de hacer pausas para admirar el paisaje, bello y terrible a la vez. “Además de salvar vidas, nos paseamos en el desierto. Es algo que nos gusta”, admite Phil. En la ruta, indican a los nuevos voluntarios los mejores lugares para admirar el “diente”, la montaña de Bob Quivery, un dominio de la tribu indígena Tohono, una de las reservas más grandes de Arizona y de Estados Unidos. Estén donde estén en esta parte de Sonora, los dos hombres la ven elevarse frente a ellos. El diente es un punto de referencia para los que se pierden o los que migran. También representa un aviso de que el desierto puede morder y tragar a cualquiera.