Autor Guillaume Guguen , Ségolène Allemandou
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A pesar de la pronunciada atención por los países del Magreb y del Mashrek, que visitó más de una decena de veces durante sus dos mandatos (seis a Egipto, tres a Marruecos y a Túnez, dos a Argelia y una a Libia), la política africana de Jacques Chirac siguió estando irremediablemente asociada a la zona subsahariana del continente.
Siendo heredero del gauchismo, el expresidente mantuvo relaciones estrechas con los países de las antiguas colonias, conformando lo que hoy en día llamamos todavía el “territorio” francés. En el marco de las cumbres franco-africanas, el antiguo jefe de Estado no dejó de promover una cooperación bilateral, enfocada en el desarrollo del cual la sociedad civil, las empresas locales y la juventud habrían hecho parte. Sin embargo, la defensa de los intereses franceses con frecuencia prevaleció sobre las buenas intenciones. Aunque Jacques Chirac afirmaba que quería llevar a cabo una alianza despojada de esas viejas actitudes paternalistas, al contrario, muchas veces lo que hizo fue reactivarlas.
Es más, durante sus quince años en el poder, “Chirac el Africano” con frecuencia fue acusado de perpetuar las redes de la “Francáfrica” al apoyar los potentados y los regímenes dinásticos sin tener en cuenta la calidad del gobierno y los derechos humanos. También se le reprochó su gran cercanía con el gabonés Omar Bongo, el congolés Denis Sassou Nguesso, el burkinés Blaise Compaorté, el camerunés Paul Biya e incluso con el togolés Gnassingbé Eyadema. Cuando este último falleció, París respaldó la subida al poder de su hijo, Faure. En 2005, en Chad, Jacques Chirac hizo que el Ejército francés interviniera para impedir que Idriss Déby Itno fuese derrocado por una avanzada rebelde.
Pero sin duda alguna la crisis más grave que tuvo que enfrentar África fue la que sacudió a Costa de Marfil. En noviembre de 2004, mientras el gobierno de Laurent Gbagbo enfrentaba una rebelión proveniente del norte, la aviación marfileña bombardeó -por error, según los reportes oficiales- el campo militar de Bouaké, dejando nueve muertos entre los soldados franceses. El Elíseo ordenó una respuesta: el ejército francés destruyó la flota marfileña y durante unas horas rodeó la residencia presidencial de Laurent Gbagbo en Abiyán -en este caso, oficialmente también por error-.
Desde que ocurrieron estos incidentes, ambos hombres se profesaron un odio inextinguible. En La Haya, donde fue detenido, Laurent Gbagbo acusó de manera frecuente al antiguo presidente francés de haber tratado de apartarlo del poder. Pero, salvo por su enemigo jurado marfileño, Jacques Chirac siguió siendo muy cercano a varios dirigentes africanos, antiguos o actuales.
De todos los presidentes de la Quinta República, Jacques Chirac era el que ciertamente conocía mejor Estados Unidos. Siendo un joven estudiante, asistió como oyente a los cursos de verano de la prestigiosa universidad de Harvard antes de recorrer el país entero haciendo auto-stop durante 1952. Un tiempo después, en Sciences-Po París, hasta dedicó su tesis de geografía económica al desarrollo del puerto de Nueva Orleans.
A pesar de esta experiencia de juventud, Jacques Chirac nunca tuvo una admiración beata por el país del tío Sam mientras estuvo en el poder. Siendo buen gaullista, y aunque se proclamó abiertamente atlantista, siempre desconfió del inmenso poderío estadounidense. Desconfianza que se manifestó desde el siguiente día del 11 de septiembre 2001. Fue el primer jefe de Estado en viajar a Nueva York después de los atentados contra el World Trade Center y rápidamente le ofreció su apoyo al gobierno de George W. Bush comprometiendo al ejército francés en el seno de la coalición internacional con su intervención en Afganistán. Pero la retórica guerrera de su homólogo estadounidense, que hablaba de “cruzada” contra los “hacedores del mal”, no dejó de inquietar al Elíseo, que entonces se encargaría de velar porque la respuesta de Estados Unidos no fuese desproporcionada.
Además, dos años más tarde Jacques Chirac se opondría a la intervención armada de Estados Unidos en el Irak de Saddam Hussein. El veto de París en el Consejo de Seguridad de la ONU despertó la ira de Washington y provocó un resentimiento anti-francés del otro lado del Atlántico. Acusado de anti-americanismo primario, el funcionario del Elíseo aprovechó una entrevista con ‘Time’ para expresar toda la simpatía que sentía por Estados Unidos. “Es un país en el que me siento bien. Me gusta mucho la ‘comida chatarra’ y siempre que viajo a Estados Unidos regreso con una cantidad excesiva de kilos extra”. Se han visto declaraciones más conmovedoras.
Sin embargo, la negativa a ser parte de la guerra en Irak seguirá siendo uno de los mayores logros de sus doce años de presidencia. En 2007, mientras Jacques Chirac y Tony Blair se preparaban para abandonar ambos el poder, el periódico ‘Le Monde’ publicó una caricatura haciendo un balance del trabajo del jefe del Ejecutivo francés. En ella, se ve al Primer ministro británico, principal aliado de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo, exclamar: “Yo lo logré todo, menos Irak”. A lo que el presidente francés contesta: “Yo fracasé con todo, menos con Irak”.
Jacques Chirac descubrió Asia durante su adolescencia, apasionándose por las grandes civilizaciones de Extremo Oriente en el museo Guimet, en París. Su fascinación por el continente se nutrió durante sus viajes a Japón, China, Corea, India y Vietnam. En el primer tomo de sus Memorias, Cada paso debe tener un objetivo, publicado en 2009, incluso confesó haber pensado a sus 16 años en “convertirse al hinduismo (…) En esa época, solo reconocía un ideal, el de la no-violencia profesado por Ghandi”, escribió.
Durante su primera visita oficial a Asia como presidente de la República, Jacques Chirac no dudó en declarar su admiración: “Ustedes lo saben, yo amo Asia, sus pueblos, sus naciones, sus civilizaciones milenarias”, afirmó el 22 de febrero de 1996 en Singapur. Esa fue la ocasión para inaugurar la cumbre Europa-Asia y abogar por un mundo “multipolar”, pero sobre todo fue el momento de afirmar la nueva estrategia de acercamiento de Francia hacia esta región subvalorada. Una decisión tomada desde la emoción, pero también desde la razón por el presidente, consciente del veloz crecimiento de las economías regionales y sobre todo de China.
Durante sus dos mandatos, Jacques Chirac demostró ser el mejor agente comercial en China para concretar una alianza estratégica con Francia. Durante cada viaje a Beijing, el jefe de Estado logró que se firmara un mar de contratos (4 mil millones de euros en 2004, un récord). Para lograrlo, situaba todas las armas políticas de su lado, sobre todo apoyando el levante del embargo sobre la venta de armas impuesto por la Unión Europea tras las masacres de Tiananmen en 1989, pero seguía siendo más discreto sobre la cuestión de los derechos humanos.
Con Japón, “Chiraku” también mantuvo una relación muy particular: este fanático del sumo viajó al país más de cuarenta veces por su propia cuenta. En noviembre de 1996, firmó con Ryutaro Hashimoto, el primer ministro japonés de ese entonces, un plan de acción para reforzar el diálogo político y económico entre ambos países. Tres años después, la primera alianza industrial Renault-Nissan, ilustró este acercamiento que no cesó de consolidarse con el tiempo.
En 2001, Jacques Chirac fue objeto de una encuesta de la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE), interesada en una cuenta con 300 millones de francos (5 millones de euros) abierta al Japón desde 1992 que supuestamente le pertenecía a Chirac. Pero nunca se inició ningún proceso jurídico en su contra.
Según su círculo cercano, Jacques Chirac era un “erudito en cultura asiática”. Sus conocimientos impresionaban e incluso a veces corregía a sus homólogos de la región sobre hechos históricos. Especialista en Asia, el diplomático Jean-David Levitte un día le dijo: “Usted es un etnólogo disfrazado de presidente”.
Jacques Chirac no era un eurófilo de primera categoría. En 1978, mientras todavía era un joven lobo de la política francesa, lanzó la campaña de las elecciones europeas publicando ‘El llamado de Cochin’, texto en el cual denunciaba la política “anti-nacional” de la Europa federal. Dos años después, renunció a su cargo de diputado europeo, con el fin de marcar su escepticismo ante una comunidad europea que se estaba consolidando.
De hecho, fue necesario esperar el comienzo del año 1990 para que la derecha francesa, que Chirac encarnaba, se comprometiera abiertamente a favor de la construcción europea. En 1992, la Agrupación por la República (RPR, por sus siglas en francés), el partido que dirigía Chirac, se pronunció a favor de la ratificación del tratado de Maastricht, que establecía las bases de la Unión Europea.
Cuando llegó al poder, Jacques Chirac abogaba por una Europa poderosa, impulsada por el “motor” franco-alemán. “Europa está hecha de tal modo que nada avanza de manera predeterminada sin haber sido antes madurado por Alemania y Francia en conjunto, y todo es posible siempre que nuestros dos países sepan concebir una ambición europea común”, escribirá luego. Pero en Bruselas, fueron muchos los que acusaron al jefe de Estado francés de favorecer los intereses de su país, sobre todo en el marco de la Política Agrícola Común (PAC). Sin embargo, esto no impidió que en 2004 se aplaudiera la integración de los Estados del antiguo bloque soviético a la Unión (República Checa, Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Eslovenia).
A pesar de su compromiso pro-europeo, Jacques Chirac no logró convencer a sus conciudadanos de adoptar el proyecto de “Constitución europea”. El 29 de mayo de 2005, el sorpresivo triunfo del “no” en el referendo sobre el Tratado constitucional retumba como un trueno en el Viejo continente. Un rechazo que hizo temer una disminución de la influencia francesa en Europa y que decoloró un poco más el balance de Jacques Chirac como mandatario del país. “Lamento mucho quizás no haber hecho todo lo que era necesario para evitar algo muy malo para Europa y para Francia”, confesó durante su último Consejo europeo en 2007.
Sin embargo, hasta el final de su presidencia, Jacques Chirac demostró siempre su apego a Europa. Su última visita oficial como jefe de Estado la hace en Berlín. Junto a Angela Merkel, reafirmó la importancia de la amistad franco-alemana. “Es un logro extraordinario. Es necesario cuidarla de manera permanente”, declara a modo de legado político. El mensaje fue escuchado pues una semana después de su elección Nicolas Sarkozy, su sucesor, viajó a Alemania para consolidar “el regreso de Francia a Europa”.
Las relaciones que Jacques Chirac mantenía con el mundo árabe podrían ser registradas en un grueso álbum de fotos. En efecto, son muchas las fotografías en las que se ve al antiguo presidente francés dándole la mano a los dirigentes del Medio Oriente. Incluso a los menos populares. En 2003, mientras declaraba su oposición a la intervención militar en Irak, reapareció una vieja fotografía de 1975 donde aparece junto a Saddam Hussein, lo cual fue suficiente para desacreditar su impulso pacifista. En ese entonces, Chirac era primer ministro y al que presentaba como su “amigo personal” era vicepresidente de Irak. Pero la suntuosidad con la cual el futuro dictador fue recibido en esa época en París no dejó de impactar más adelante…
Jacques Chirac tenía varios “amigos personales” en Medio Oriente. Entre todas sus amistades, la que tuvo con el difunto primer ministro libanés Rafic Hariri fue sin duda la más cercana. Se sabe que el hombre de negocios contribuyó al financiamiento de su partido, la Agrupación por la República (RPR, por sus siglas en francés) y que también lo apoyó moralmente en sus problemas personales, como la anorexia de Laurence, la hija mayor de los Chirac.
Fue un vínculo innegable, que influyó en la política de Medio Oriente de Jacques Chirac cuando llegó al poder. Primero protegió al joven Bashar al-Ásad, pero luego el presidente francés hizo todo lo posible para aislar al dirigente sirio de la escena internacional. La razón: las maniobras operadas por el “Nuevo León de Damas” en el territorio del vecino libanés. Jacques Chirac nunca le perdonaría la muerte de Rafic Hariri, asesinado en Beirut el 14 de febrero de 2005 durante un atentado suicida atribuido a los servicios secretos sirios.
En el Cercano Oriente, las posiciones de Jacques Chirac también estuvieron marcadas por algunos cambios de opinión. Aunque primero se mostró hostil a la creación de un Estado palestino independiente, revisó luego su juicio junto a Yasser Arafat, con el cual se reuniría unas treinta veces entre 1995 y 2004. Ambos hombres se respetaban y el jefe de Estado francés se deshizo en lágrimas el 11 de noviembre de 2004 ante el cuerpo del líder palestino en el hospital militar de Clamart.
Convertido en predicador de la causa palestina, el “Doctor Chirac” -como se le conocía al líder con kufiyya- no dejó de ganarse el respeto del pueblo árabe. Una popularidad que alcanzó su punto máximo durante su tumultuosa visita a Israel y a los Territorios Ocupados en octubre de 1996. Aunque inesperado, su famoso ataque de ira contra los servicios de seguridad israelíes poco propensos a dejarlo circular libremente por las calles de Jerusalén, seguirá siendo uno de sus mayores golpes diplomáticos. Aún hoy en día, la famosa declaración “no es una estrategia, ¡es una provocación!”, dicha en inglés al responsable de la seguridad israelí ante las cámaras del mundo entero, sigue estando asociada a su política “pro-árabe”.
Pero tal como lo afirmaron Éric Aeschimann y Christophe Boltanski en su obra ‘Chirac de Arabia, los espejismos de una política árabe’, las iniciativas del jefe de Estado francés en Medio Oriente tuvieron muchas contradicciones. Por un lado, Jacques Chirac trabajó para evitar un temido enfrentamiento entre el mundo islámico y Occidente; por otro, siempre mantuvo una diplomacia arcaica, cuyo objetivo era reavivar la grandeza de Francia en la región. Sin mucho éxito.
En 1995, apenas llegó al Elíseo, Jacques Chirac anunció la retoma de las pruebas nucleares en el atolón de Mururoa, en la Polinesia francesa. Esta decisión, para tratar de reafirmar el lugar de Francia entre las grandes potencias nucleares, despertó la cólera de los países del Pacífico. La indignación se intensificó aún más pues el primer tiro de prueba debía realizarse en septiembre de 1995, tan solo un mes después de las conmemoraciones del 50 aniversario de la bomba atómica de Hiroshima. En Australia y en Nueva Zelanda, varias organizaciones ecologistas tomaron acciones en contra de Francia, entre las cuales hubo una campaña de boicot mundial de los productos tricolores.
En Papeete, en la isla de Tahití, una manifestación organizada por los movimientos independentistas acabó en motín. El centro de la ciudad fue saqueado, el aeropuerto ocupado y las fuerzas del orden atacadas. “¿Por qué Chirac vino a poner la bomba aquí? ¿Por qué no lo hizo en Francia?”, declaraban los protestantes.
En 1996, tan solo cinco meses después de la primera prueba realizada en Mururoa, ocurrió un giro inesperado: Francia firmó, junto con Estados Unidos y el Reino Unido, el tratado de Rarotonga (Islas Fiyi), prohibiendo las pruebas y el almacenamiento de material nuclear en el Pacífico Sur. Así, a través de ese tratado, París renunció de manera definitiva a las pruebas nucleares. Sin embargo, el capítulo aún no terminaba y sería regularmente alimentado por la polémica sobre las recaídas radioactivas en la región. En 2003, durante una cumbre de Francia-Oceanía en Papeete, Jacques Chirac afirmó que un comité de expertos internacionales e independientes había determinado que las pruebas de 1995 no “habían tenido efectos sobre la salud diagnosticados a nivel médico”.
Preocupado por dar un paso en falso con este traspié nuclear, durante su segundo mandato Jacques Chirac se dedicó a reforzar el lugar de Francia en Oceanía. Incrementó las ayudas directas provenientes de París duplicando la dotación del “Fondo de Cooperación Económica, Cocial y Cultural para el Pacífico”. Un gesto inicial que se tradujo en 2006 con una invitación para todos los países del continente a la inauguración del Museo de Primeras Artes del muelle Branly, donde se destacan las civilizaciones de Oceanía. El museo fue rebautizaado y ahora lleva su nombre: desde julio de 2016, es el Museo del muelle Branly - Jacques Chirac.
En 1987, Jacques Chirac, entonces primer ministro, evoca por primera vez la creación de un canal francés de noticias internacionales que, junto a Radio France Internacional (RFI), fortalecería la influencia de Francia en el mundo. Aunque la idea tiene buena acogida, esta no empieza a ganar fuerza sino hasta el final de la Segunda Guerra del Golfo (1990-1991), cuando el canal estadounidense ‘CNN’ comienza a consolidarse como el canal hegemónico. Pero, aunque se inician varios estudios, el proyecto permanece siendo solo una ilusión.
Fue necesario esperar al inicio del segundo mandato presidencial de Jacques Chirac, en 2002, para que se replanteara la situación de los medios de comunicación franceses a nivel internacional. "¿Es comprensible que año tras año sigamos lamentando las persistentes deficiencias de información francófona en el escenario mundial?", cuestiona el presidente francés en una reunión del Alto Consejo de la Francofonía (...) Todos notan que todavía estamos lejos de tener un gran canal internacional de noticias francés, capaz de competir con la ‘BBC’ o ‘CNN’ y las crisis recientes han demostrado la desventaja de un país, un área cultural, cuando no tiene suficiente peso en la batalla de la imagen y las ondas".
Después de varios informes, nace la idea de crear un canal que llevará el nombre de ‘France 24'. El 6 de diciembre de 2006 a las 20:29, el canal transmite su primer noticiero. Hoy en día France 24 tiene cuatro canales de noticias internacionales (en francés, inglés, árabe y español) que emiten 24 horas al día, siete días a la semana (seis horas al día en el canal español) y llega a 385 millones de hogares en los cinco continentes. France 24 tiene un promedio de 79,8 millones de espectadores por semana (medidos en 71 países de los 184 donde se emite al menos uno de los cuatro canales). El personal editorial de France 24 propone desde París una visión francesa del mundo y se soporta en una red de 160 oficinas de corresponsales que cubren la actualidad en casi todos los países del mundo. El canal se distribuye por cable, satélite, TDT en algunos países, en ADSL, en teléfonos móviles, tabletas y televisores inteligentes, así como en Youtube en sus cuatro idiomas. Los entornos digitales de France 24, disponibles también en los cuatro idiomas, registran 15,5 millones de visitas al mes y 59,8 millones de videos, según un promedio obtenido en 2018 y 38.9 millones de suscriptores en Facebook y Twitter, según datos de abril de 2019.