Monarca de 15 naciones y jefa del Commonwealth, Isabel II falleció poniendo fin al reinado más largo, pero más dinámico de la historia británica. La reina supo modernizar la corona y asegurar el relevo, dejándole a sus herederos una monarquía más viva que nunca.

Cuando el rey Jorge VI sucumbió por una trombosis el 6 de febrero de 1952, su hija mayor, la princesa Isabel estaba subida en lo alto de una higuera, en el corazón del parque nacional de Aberdare, en Kenia. Mientras observaba a los animales de la sabana con sus binoculares, su esposo, el príncipe Felipe, le anunció el fallecimiento de su padre, suceso que la convertía en la nueva reina de Inglaterra. Tenía apenas 25 años. Seguramente la noticia la estremeció, pero no derramó una sola lágrima: sus sentimientos pasaban a pertenecer al ámbito privado y ella, mejor que nadie, sabía lo que significaba la corona que llevaría hasta su último aliento.

Manos a la obra

La reina Isabel II puso su vida al servicio del reino. Nacida el 21 de abril de 1926, la pequeña apodada ‘Lilibet’ no estaba destinada al trono, pues era la tercera en el orden de sucesión. Hija de Alberto, duque de York y segundo hijo de Jorge V, y de Isabel Bowes-Lyon, Isabel creció en una residencia en Picadilly, en Londres, fuera de los muros del palacio de Buckingham. Fue solo hasta diciembre de 1936 cuando se convirtió a los 10 años en la heredera oficial del reino. Su padre, Alberto, acababa de ser coronado bajo el nombre de Jorge VI después de que el hermano de este último, Eduardo VIII, renunciara al trono para casarse con su amante, la estadounidense Wallis Simpson, divorciada dos veces.



La princesa Isabel con sus padres, el príncipe Alberto de York, futuro Jorge VI, y Lady Isabel Angela Marguerite Bowes-Lyon en 1926, poco después de su nacimiento.   © AFP


Isabel se sintió rápidamente invadida por el sentido del deber real. Durante la Segunda Guerra Mundial, mientras el Reino Unido era constantemente bombardeado por la Fuerza Aérea alemana, la familia real se rehusó a expatriarse: la pareja de monarcas permaneció en el palacio de Buckingham y sus dos hijas se instalaron en el castillo de Windsor, al oeste de Londres. Las princesas Isabel y su hermana menor Margarita, participaron en la ‘fuerza de guerra’, tejiendo medias o fabricando vendajes para los soldados británicos. En 1940, a los 14 años, Isabel pronunció su primer discurso radiofónico dirigido a todos los niños del reino.

En 1942 se enlistó en los Grenadier Guards, un regimiento de infantería de la Guardia real del que rápidamente fue nombrada coronel en jefe. Al final de la guerra se integró al Auxiliary Territorial Service, la rama femenina del Ejército británico. A pesar de su rango, no dudó en ponerse manos a la obra: aprendió a conducir y ejerció como mecánica. De hecho, reparó sus propios vehículos hasta los años 1980 y durante toda su vida recorrió las pequeñas carreteras que rodean el castillo de Balmoral, en Escocia, al volante de camionetas a toda velocidad.


La princesa Isabel repara la rueda de un vehículo militar inglés de la Segunda Guerra Mundial, en la década de 1940.  © AFP



La Corona ante todo


El 20 de noviembre de 1947, Isabel se casó con el príncipe Felipe de Grecia, un primo lejano. Unos meses después, el 14 de noviembre de 1948, nació el primero de sus cuatro hijos, el príncipe Carlos, heredero al trono. Le seguirían Ana, Andrés y Eduardo. Pero con su reputación de ser fría y ausente, Isabel no estaba hecha para dedicarse a la familia.



La princesa Isabel y Felipe, duque de Edimburgo, posando el día de su boda, el 20 de noviembre de 1947. © AFP

En 1950, la salud de su padre Jorge VI empeoró e Isabel comenzó a reemplazarlo cada vez con más frecuencia en los desplazamientos y las ceremonias oficiales. De hecho, se encontraba en representación del rey en Kenia cuando se enteró de su muerte en 1952, lo cual la convirtió en la 40ª monarca en gobernar el reino desde Guillermo el Conquistador. Dos días después, la reina hizo su primera declaración ante el Consejo privado: “A causa de la muerte repentina de mi padre, me veo llamada a asumir los deberes y responsabilidades del reino. Le pido a Dios que me ayude a cumplir con dignidad la tarea que me ha confiado tan pronto en mi vida”.

Una tarea que siempre cumplió. Coronada el 2 de junio de 1953 en la abadía de Westminster durante una ceremonia retransmitida en directo por radio y televisión –una primicia tecnológica– la reina Isabel II siempre afirmó que nunca abdicaría, “a menos de sufrir un ataque o desarrollar la enfermedad de Alzheimer”.




La reina Isabel II recibe los homenajes de sus súbditos durante su coronamiento el 2 de junio de 1953 en la abadía de Westminster. © Intercontinentale/AFP


Una mujer de mundo


Isabel II asistió sin inmutarse a la disolución del imperio británico y conoció a quince primeros ministros, manteniéndose siempre por encima de las contiendas políticas. “Siempre dedicada, siempre resoluta, y siempre respetada, representa la sabiduría y la continuidad”, dijo de ella en 2012 David Cameron, en ese entonces Primer ministro británico en un mensaje de homenaje pronunciado en el marco del Jubileo de Diamante que marcaba los 60 años de gobierno de la reina.


La reina Isabel II visitando el condominio de las Nuevas Hébridas, una antigua colonia franco-británica, en febrero de 1974. ©AFP


En el plano internacional, Isabel II mantuvo un rol simbólico, pero no por eso menos importante: dirigió el reino más grande del planeta y gobernó 130 millones de súbditos. Además del Reino Unido, Isabel II fue la jefa del Commonwealth, un grupo de 56 países conformado por 15 monarquías de las que ella era reina, otras cinco que tenían un monarca propio y 36 repúblicas. La gran mayoría de esos Estados son antiguas colonias británicas.

Isabel II recorrió ese reino a lo largo de su vida, al igual que el resto del planeta. Hizo más de 260 viajes al extranjero y visitó casi 120 países. Varias generaciones de jefes de Estado viajaron a Buckingham para reunirse con ella. Fue la interlocutora de Winston Churchill, Charles de Gaulle, John Fitzgerald Kennedy, Jean-Paul II, Gerhard Schröder, George W. Bush, Jacques Chirac, Nelson Mandela, Angela Merkel e incluso Barack Obama.




La reina Isabel II junto con el expresidente sudafricano Nelson Mandela durante una recepción en el palacio de Buckingham el 20 de octubre de 2003. © Kirsty Wiggleworth/AFP



El relevo asegurado


En el ámbito privado superó todas las tormentas. En particular el divorcio de sus tres hijos, lo que perjudicó notablemente la imagen de la familia real, constantemente bajo la mirada de los medios. Pero la constancia de la reina siempre le valió el respeto de sus súbditos. Con una sola excepción.

La muerte de la princesa Diana, exesposa del príncipe Carlos, estuvo a punto de marcar una ruptura entre la reina y su pueblo en 1997. No se izó ninguna bandera en señal de duelo en el palacio de Buckingham y la frialdad de Isabel frente a la mujer que ya no pertenecía de manera oficial a la familia real abrió una brecha con los británicos. “Show us there’s a heart in the House of Windsor” (Muéstrennos que hay un corazón en Windsor) fue el titular del diario ‘The Sun’, en referencia a la reina.




La reina Isabel II y el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, frente a las flores que se depositaron afuera del palacio de Kensington en homenaje a la princesa Diana el 5 de septiembre de 1997. © John Stillwell/AFP

Pero la soberana supo remontar. Terminó por rendir un homenaje televisado a la ‘princesa del pueblo’ y volvió a ganarse la estima de los británicos. Con los años incluso se suavizó, esforzándose por modernizar la monarquía, a condición de su supervivencia. Así recibió con indulgencia a una plebeya en la familia, Kate Middleton, convertida en duquesa de Cambridge cuando se casó en 2011 con el príncipe William, hijo mayor de Carlos y heredero a la corona después de su padre, que ahora se ve llamado a gobernar.

La reina también dio su bendición para que el príncipe Harry, hijo menor de Carlos, se casara con la actriz Meghan Markle, divorciada y de origen afroamericano, una primicia en la historia de los Windsor. Pero este período de aparente calma duró poco. Dos años después de su boda, el duque y la duquesa de Sussex provocaron un nuevo escándalo al anunciar, a principios de 2020, que querían dejar de ser miembros activos de la familia real.




a reina Isabel II y Meghan, duquesa de Sussex, durante la inauguración del Mersey Gateway Bridge, en el Chesire, el 14 de junio de 2018. © Dominic Lipinski/AFP

La reina también tuvo que hacer frente a las acusaciones de agresiones sexuales contra el príncipe Andrés en el marco del caso Epstein. A pesar del apego que sentía por su adorado hijo, no dudó en retirarle la mayoría de sus títulos militares al igual que sus patronatos reales en enero de 2022. Pero Isabel II quedó particularmente afectada en abril de 2021 por la muerte de su esposo, el príncipe Felipe, después de 73 años de matrimonio.

Tras el fallecimiento de su marido, la reina apareció con un bastón y sus problemas de salud se encadenaron, incluyendo un contagio de Covid-19. En mayo de 2022 se ausentó por tercera vez en el marco de su reinado durante el tradicional discurso del Trono. No obstante, saludó a sus súbditos unas semanas después desde el balcón del Palacio de Buckingham, durante el Jubileo de Plata que marcó sus 70 años a la cabeza del reino. Esas cuatro jornadas de festividades, que reunieron a miles de personas, demostraron el apego de los británicos por su soberana.

Guardiana de las tradiciones, Isabel II aseguró su sucesión y pudo partir serena, dejando detrás suyo tres generaciones de herederos y una monarquía más viva que nunca.


La reina Isabel II en compañía de su hijo el príncipe Carlos y su esposa Camilla, de su nieto, el príncipe William y su esposa Catherine, y de sus hijos, desde el balcón del palacio de Buckingham el 5 de junio de 2022, durante su Jubileo de Plata. © Dominic Lipinski/AFP